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Huyendo El Salvador, mujer encuentra seguridad

Sor Kathleen Erickson comparte una carta de oración con Belinda y su hijo, Adán, en 2017 en un McDonald’s en una ubicación no divulgada. Belinda huyó a los Estados Unidos después de 12 años viviendo como víctima de la actividad criminal de las pandillas de El Salvador. (CNS photo/Joe Ruff, Catholic Voice)

por Joe Ruff

OMAHA, Nebraska (CNS) — Belinda, originaria de El Salvador, brilla con su sonrisa — hasta que comienza a contar sobre su miedo a las pandillas violentas de El Salvador, sobre su escape que la llevó a pasar meses en una cárcel en Estados Unidos.

Sus ojos se apagan, ella baja su rostro y las lágrimas fluyen.

“Tengo pesadillas. Me dan dolores de cabeza. Agradezco estar viva, pero me pregunto cómo pude aguantar”, ella dijo.

Hablando a través de un intérprete, Belinda, de 36 años, ahora vive en una ciudad al norte de Omaha y recientemente habló sobre sus 12 años de extorsión, de un pasado criminal obligado que incluye prostitución y de la violencia de parte de uno de sus hermanos y sus compañeros pandilleros.

Su vida de terror comenzó en 2003 y duró hasta que ella huyó del país en 2015, después de que unos pandilleros la golpearon a ella y a su hijo, que entonces tenía 15 años y estaba intentando protegerla, casi matándolo, dijo Melinda a través de su intérprete, la hermana de la Misericordia Kathleen Erickson de Omaha.

“Usaron un machete y casi le cortaron las piernas”, dijo Melinda al Catholic Voice, periódico de la Arquidiócesis de Omaha. “Eso fue cuando sentí más miedo”.

Belinda, quien pidió que su verdadero nombre fuera omitido para proteger a otro pariente que no tiene estado legal para estar en Estados Unidos, huyó con su hijo Adán (también un pseudónimo), quien entonces tenía 4 años, en un autobús hacia Guatemala, luego entró a México, desde donde llamó a sus padres en El Salvador y se enteró que unos pandilleros habían estado en su casa exigiendo verla.

Belinda no es la única que tiene miedo de las pandillas en El Salvador. Muchos otros huyen del país, así como de México y de otros países centro y sudamericanos, para escapar de las pandillas criminales que sobornan policías, amenazan políticos y contribuyen a la descomposición social. Otros huyen de la persecución política o de condiciones económicas pobres.

Ella y Adán lograron cruzar la frontera entre México y Estados Unidos y al procurar la ayuda de oficiales en Port Isabel, Texas, fueron detenidos. A ella le dijeron que tenía antecedentes penales y que regresara a México si quería quedarse junta con su hijo.

“No puedo regresar allí”, ella le dijo a las autoridades. “Bien”, ellos respondieron y se lo llevaron a él sin decirle a dónde iba Adán.

“Yo estaba gritando y llorando”, dijo Belinda. “Mi hijo y yo nunca habíamos estado separados. Todos los días, una y otra vez, yo preguntaba ‘¿dónde está mi hijo, dónde está mi hijo'” y ellos no me decían”.

“Y entonces dijeron: ‘Usted no tenía un hijo con usted. Usted vino sola'”.

Cuando fue detenida en Port Isabel por aproximadamente un mes, Belinda logró llamar a su pariente en Nebraska, quien se comunicó con el abogado Alberto Silva y el Latino Law Center (Centro Latino de Ley) en Omaha.

Silva comenzó peticiones legales para ayudarle a Belinda y las autoridades de inmigración la dejaron ir a Pennsylvania, donde presentó su caso ante un juez que no le creyó su historia y que le hubieran quitado a su hijo.

“No le quitamos los hijos a sus padres”, el juez le dijo.

Belinda estuvo detenida en Pennsylvania tres meses. Pero Silva estaba trabajando en el caso, ayudando a encontrar y ayudar a Adán e intentando lograr que a Belinda le cambiaran el caso a Omaha.

Entonces, sin saber porqué ni qué podría suceder, las autoridades mandaron a Belinda a Luisiana, donde estuvo detenida tres días.

Una mujer que ayudaba a transportar a personas detenidas decidió que Belinda no presentaba riesgo de escape y no la esposó ni le puso cadenas en las piernas mientras iba hacia Omaha en febrero de 2016, donde fue detenida durante ocho meses en la cárcel del condado Douglas.

Su hijo Adán, ahora con 7 años de edad, estuvo en el sistema de inmigración unos seis meses, incluyendo por lo menos uno en un albergue de niños. Con la ayuda de Silva, un trabajador social se había involucrado en el caso de Adán y lo pudieron mandar a Omaha. Él vivió con el pariente mientras ella se ocupaba en obtener asilo, argumentando que regresar a El Salvador sería peligroso para ella y su hijo.

En la cárcel fue también donde Belinda conoció a sor Kathleen, de 76 años, quien, aunque está jubilada, ha continuado su ministerio de más de dos décadas entre los inmigrantes y les ha ayudado a entender los asuntos de inmigración.  

Un juez de inmigración escuchó la historia de Belinda y le creyó. Unos tres meses más tarde le concedió asilo.

Pero oficiales de inmigración apelaron el caso argumentando que ella era una criminal. Parte de su caso procurando asilo incluyó haber compartido que una vez en El Salvador la pandilla la obligó a llevarle marihuana a un pandillero en la cárcel. Autoridades la encontraron con la marihuana y pasó tiempo en la cárcel.

Finalmente, las autoridades de inmigración retiraron el caso y en octubre de 2016 a Belinda se le concedió el asilo. Ella pudo salir de la cárcel después de un año en detención y ha logrado vivir legalmente en Estados Unidos.

“El gobierno (de El Salvador) no podía protegerla”, dijo Silva. “Su propio hermano es pandillero y la prostituía y la sometía a violencia doméstica si ella no hacía lo que él quería que ella hiciera. Ni sus padres ni las autoridades pudieron protegerla”.

Ahora Belinda está solicitando una “green card,” una tarjeta de residencia permanente para inmigrantes, y se gana la vida limpiando oficinas durante las noches. Ella lleva a Adán, ahora estudiante de segundo grado, a la escuela por la mañana y lo recoge por la tarde. Ella ha experimentado algo de racismo en Nebraska, dijo, pero dice que no es nada comparado con lo que soportó antes de encontrar seguridad.

Belinda, cristiana evangélica, dijo que cree que Dios la ayudó a pasar sus pruebas. Pensamientos de su hijo Adán y su hijo mayor, que ahora tiene 19 años y todavía vive en El Salvador, la mantuvieron firme en su deseo de vivir.

Ella cuenta su historia en parte para ayudar a aumentar la consciencia de las dificultades que la gente enfrenta viviendo en países peligrosos y que los hace huir hacia la seguridad o a encontrar una vida mejor.

Y eso podría ayudar a otros que han pasado por situaciones parecidas darse cuenta que no están solos, ella dijo.

“Creo que podría haber otras personas que han pasado algunas de las mismas cosas y verán que no son los únicos que les ha pasado esto”, dijo Belinda.

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